Y me sorbe el tiempo desesperado. Tiempo de afección e incongruencia. Tan dichoso el destello de la cabeza que se arroja al arroyo.

Detesto la estupidez. Y me recluyo en la obsesión. Tiendo a valerme del desfase. Trato de sincronizar todavía algo de perspectiva ante unos codos amoratados que me restriegan.

Detesto la encandilada voz que canta. Por cada idiota que sabe hacerse de un timbre y un ritmo, una cabeza indispuesta se lanza lejos de la vertiente.

Sentir miradas es la peor afrenta para quien tambalea

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