Nadie escucha su propia voz, que es un rostro. Nadie escucha su propio acento, que es un lugar.
Pascal Quignard

Hoy no saldré, no me reconozco la voz. No creo. No puedo disponer de mi. Tengo la frente sumida. La cabeza flotando peligrosamente entre la desazón y los recuerdos erróneos. Cada instante torna hacia el espacio acolchonado del cautiverio. Quiero una mirada, no perderla. Sin duda todo terminará resbalando igual que tus brazos. Todo hiriendo cual la punta de tu lengua.

Y no tengo más que acobardarme. Y no tengo más que concentrar ese impulso certero y dejar que modere mi predicado. Con toda saña. Agreste todavía; difunto. Saber disponer de mis facultades en contra de la desidia. Todo vuelto duelo. Cada vez y cada repetición con toda saña pide perderme sí y a cada momento. Perderme la “dicha” de proyectar.

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