Nadie escucha su propia voz, que es un rostro. Nadie escucha su propio acento, que es un lugar.
Pascal Quignard
Y no tengo más que acobardarme. Y no tengo más que concentrar ese impulso certero y dejar que modere mi predicado. Con toda saña. Agreste todavía; difunto. Saber disponer de mis facultades en contra de la desidia. Todo vuelto duelo. Cada vez y cada repetición con toda saña pide perderme sí y a cada momento. Perderme la “dicha” de proyectar.
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